Memoria, verdad y justicia

El siglo XX  impuso las columnas del miedo y la dependencia en República Dominicana. Cualquier intento de ciudadanía fue suprimido  por medios violentos. Con los años esta práctica se ha continuado sin importar revoluciones, manifestaciones civiles, denuncias públicas. En todas las ocasiones las demandas de la ciudadanía  recibieron oídos sordos en el mejor de los casos, otras respuestas apostaron por el escarnio, el exilio o el dolor.

Treinta y un años de represión dictactorial marcaron a los ciudadanos con el miedo como efecto de alzar la voz. La estampa se ha transmitido de generación en generación, estimulada por nuevos gobernantes, recordada y en ocasiones  sugerida por representantes de la democracia. De este modo se implementa un culto al miedo, a la coacción y al rapto de dignidad, derechos y calidad de vida

El trujillismo que por tres décadas rigió la vida pública y determinó la vida privada en República Dominicana debió terminar con el ajusticiamiento del dictador. Sin embargo, aquel momento, supuesto a ser una celebración, dio el paso a otra etapa del país. La maquinaria de la tortura, el hostigamiento de las ideas y la recompensa de torturadores completaron el ciclo de control.

Ciertos críticos han  manifestado,  que la   indiferencia en los latinoamericanos es y ha sido un modo de escapar a la propia ficción, huir a  una vida etérea. De ser cierta la afirmación, aquella huída no ha hecho más que contribuir al olvido de lecciones que el país  debe tener presente por lo menos hasta que la calidad de vida y la dignificación de los ciudadanos posea más valor que el crecimiento económico y el tamaño de sus edificaciones.  

El saldo que el trujillismo y el balaguerismo heredaron a los  dominicanos debe mantenerse presente en las distintas generaciones. La memoria  también es un modo de  participación social. Denunciar los síntomas del totalitarismo previene la  opresión y mantiene viva la advertencia de peligro social que significan quienes ven en Trujillo y Balaguer  la solución a las  necesidades  del país.

En este momento  República  Dominicana no puede permitirse la continuación de la impunidad.  Los hombres y mujeres que levantaron la voz o pretendieron un modelo basado en libertades reales fueron acallados con violencia, pero sus ideas deben  continuarse.  Los dominicanos y dominicanas tienen  que  articularse para que se conforme  la  comisión de la verdad encargada de develar los nombres de aquellos protagonistas de atrocidades  que aún marcan el ritmo de vida del país.

Tras la salida de Trujillo,  escritores hablaron de esos  treinta años como un largo paréntesis,  eufemismo del retraso y el  aislamiento en el que permaneció el país en relación con el resto del mundo. Hasta  hoy han sido transmitidas conductas legadas por el trujillato. Expresiones que se ven como parte de la idiosincrasia dominicana no son otra cosa que formas adquiridas para protegerse  de la  tiranía.

Un paso importante ha de ser la erradicación de la maleza tiránica que pervive en los estamentos del Estado. Memoria, verdad y justicia; Porque siempre será más fácil avanzar debidamente hacia el futuro si extirpamos la impunidad de nuestro pasado. @ingAdolfoPerez .

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